Dedos
entrelazados, casi dos niños, con los pies semiocultos en la arena. Los ojos
fijos en el mar por temor a encontrarse. Corazones que laten fuerte sin poder
ponerles freno, golpeando las gargantas con su furioso pulso que no se acompasa
al monótono romper de las olas en la orilla. Así nos recuerdo siempre como esa
primera vez. Dos cuerpos que se funden
en uno, recortados sobre la línea infinita del horizonte en una tarde de
primavera hace más de cincuenta años.
Un
observador distraído creería reencontrar hoy a la misma idealizada parejita, porque
la distancia le oculta a sus
desprevenidos ojos los cabellos ahora blancos, espaldas encorvadas de contornos
suaves, los hombros que buscan mutuo apoyo acostumbrados a unirse para hacer
frente a los avatares de horas difíciles. Tampoco ahora se enfrentan nuestras miradas pero por razones
muy distintas, es tanto lo que se conocen que ya se adivinan. Sólo necesitamos
del contacto de nuestras manos con un latir que asemeja el suave sonido de la
espuma, recortados siempre sobre la línea infinita del horizonte en el
crepúsculo de nuestras vidas.
Líber
Constenla
No hay comentarios:
Publicar un comentario