viernes, 1 de junio de 2012

una vida juntos




                Dedos entrelazados, casi dos niños, con los pies semiocultos en la arena. Los ojos fijos en el mar por temor a encontrarse. Corazones que laten fuerte sin poder ponerles freno, golpeando las gargantas con su furioso pulso que no se acompasa al monótono romper de las olas en la orilla. Así nos recuerdo siempre como esa primera vez. Dos  cuerpos que se funden en uno, recortados sobre la línea infinita del horizonte en una tarde de primavera hace más de cincuenta años.
                Un observador distraído creería reencontrar hoy a la misma idealizada parejita, porque la distancia le oculta  a sus desprevenidos ojos los cabellos ahora blancos, espaldas encorvadas de contornos suaves, los hombros que buscan mutuo apoyo acostumbrados a unirse para hacer frente a los avatares de horas difíciles. Tampoco  ahora se enfrentan nuestras miradas pero por razones muy distintas, es tanto lo que se conocen que ya se adivinan. Sólo necesitamos del contacto de nuestras manos con un latir que asemeja el suave sonido de la espuma, recortados siempre sobre la línea infinita del horizonte en el crepúsculo de nuestras vidas.
                                                                                                             
  Líber Constenla

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