miércoles, 6 de junio de 2012


EL NIÑO

                Afuera, densos goterones pozean la tierra. Caprichosa lluvia en suelo donde la muerte pareciera haber hecho morada.
                El niño, palmas hacia arriba, rescata con una sonrisa perlas de agua que se escabullen rápidamente entre sus dedos. Desde lo profundo de la memoria se recobra el perfume a tierra mojada, tierra de promesas  incumplidas, celosamente esperadas.
                Amparada bajo el ancho alero, también aflora una sonrisa en la boca desdentada de la abuela. Apenas es mediodía y espesas nubes transitan el cielo plomizo trayendo oscuridad y presagio de agua.
                La anciana, no sin dificultad logra incorporarse y arrastrando sus cansadas piernas, encamina sus pasos hacia la cocina en busca de calor, tal vez de consuelo. Su voz se hace sentir desde dentro, llega a los oídos del niño que no la registra, tan inmerso está en su mundo, en la brisa que le acaricia su enmarañado pelo, en sus manos ahora acurrucadas muy juntas una  al lado de la otra formando frágil vasija, en el lejano horizonte vacío, insondable.
                Inmensa capacidad en atesorar sensaciones y dejarlas volar tan lejos como la imaginación lo permita. Encontrar el desafío debajo de la humilde piedra aprisionada por el lodo, sentir el corazón de un pájaro que se deshace en un canto triste por nosotros, seres distraídos, insensibles a la realidad que se nos devela a cada instante.
                Luis ha de cumplir pronto siete años, sus empercudidas y sucias rodillas muestran el trajín del día. En sus abultados bolsillos, no falta la piedra lisa y chata que va dando saltitos cuando se la lanza a ras del suelo, tampoco el trompo que cambia de color cuando se le invita a bailar o el pequeño escarabajo en su busca desesperada por encontrar la luz. ¿Meros objetos? No, elementos imprescindibles para quien todavía la naturaleza no le es extraña.
                Un débil rayo de sol que escudriña desde las  nubes le hace subir la cabeza, lo entibia, su sonrisa es ahora más amplia y en su encuentro con el astro rey su pecho parece crecer, no sabe que le sucede, pero la luz lo reconforta, le pide más entrega, le hace soñar con los ojos abiertos.
                Refunfuñando, la abuela se asoma nuevamente a la puerta. ¡Qué venga a jugar adentro! ¡Que se abrigue! , aunque bien sabe que los niños sanos no sienten frío, porque el verdadero frío no habita fuera nuestro, pero cuando lo ve en silencio, aquietadito, las profundas arrugas de una cara inexpresiva las más de las veces, se distiende, recobrando frescura y juventud.
                Recién ahora el niño percibe su presencia y corre a su encuentro. Ella necesita reclinarse poco para recibirlo en su regazo, le besa tiernamente los cabellos  y poco a poco va levantando su mirada, primero a la tierra árida, luego al lejano  horizonte casi oculto y cuando encuentra entre las nubes un pequeño espacio despejado de azul intenso, se insinúa un ínfimo despegar de sus labios en un inaudible gracias.

                                                                                                                             Liber Constenla

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